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Arturo Vidal y el fin del mundo


Arturo Vidal sigue su camino hacia la conquista de la Champions / Mundo Deportivo

La Juventus de Turín estaba a punto de hacer historia, pero aún no lo sabían. A pocos días de disputar la ida de las semifinales de la Champions League ante el Real Madrid de Carlo Ancelotti, Arturo Vidal llegaba ebrio al entrenamiento matutino. Max Allegri, técnico poco propenso al grito y el espectáculo, aguardó en silencio mientras el chileno hablaba con Buffon, Chiellini y Marchisio, pesos pesados de la Vecchia Signora. La Juventus eliminaría al Real Madrid una semana después en el holgado Santiago Bernabéu, pero en Turín, en la ida de aquella histórica semifinal, Arturo fue Rey. Salió agresiva la Juve, apretando arriba y con el chileno como perro salvaje, liberado con una línea de tres por detrás suyo, atormentaron un Madrid endeble. Vidal tenía sangre en la mirada, ojos rabiosos. En cada duelo individual Arturo arremetía con la fiereza de alguien que lleva mucho tiempo bajo control. Tras arrebatar un balón a Isco en la frontal del área propia, apenas en unos segundos imperceptibles, disparó con fuerza desde la frontal contraria. La cámara enfocó el rostro hierático del chileno. No había rastro de cansancio, sino de algo cercano al nirvana. Vidal no juega, te somete.


De pequeño, su madre no le dejaba subir al tejado cuando el agua inundaba el pobre hogar de su familia.Ese piececito se tiene que cuidar, Arturo”, le decía su madre. Y acertó. Ese pie, tras una larga trayectoria, es el más venerado de Chile y uno de los más temidos de toda Europa. Empezó su andadura con un mote que le hacía justicia, quizás profético con lo que sería Vidal a lo largo de su trayectoria: el Cometierra, pues tras cada partido sus piernas estaban llenas de rasguños y quemaduras, el sudor inundaba su cuerpo y los pulmones se batían por no salir de su costillar. Vidal aprendió de bien pequeño qué es el sacrificio, lo entendió de forma física, que no conceptual y en cada partido demostró por qué el fútbol se juega desde el estómago. El Cometierra murió; había nacido el Rey Arturo.


Michael Reschke es una de las persones que más y mejor conoce a Arturo Vidal. Fue él quien lo fichó del Colo-Colo para el Bayer Leverkusen en el verano de 2007 y quien, ocho veranos después, lo ató para el Bayern de Pep Guardiola. Al principio, Reschke tenía dudas sobre el chileno. Cómo para no tenerlas. El fútbol de Arturo es agresivo en todas sus formas. No conoce la pausa sino la invasión. Con una tendencia a estar siempre cerca de la pelota, desatendiendo en muchas ocasiones lo que la jugada demanda, convertían al bisoño futbolista de Santiago de Chile en un jugador tácticamente incompleto. Un puzle al que le faltaban muchas piezas. Jupp Heynckes, uno de los técnicos más ganadores e infravalorados de la historia, le hizo explotar. Corrigiendo muchos de sus vicios pero sin perder esa esencia que lo hacía terriblemente especial. Pero fue en Turín, donde llegó para la 11/12, donde saltó al estrellato.


Analizar a Arturo Vidal es analizar a un futbolista que, por encima de todo, ha sido un jugador irreductible. Quizás el más polivalente de esta era. Lateral, pivote, central, interior, volante o delantero centro. Puede que su tendencia invasora haga que, al fin y al cabo, la posición sea lo de menos. Para hablar de Vidal es mejor hablar de sus cualidades que no de sus roles, pues las primeras explican mejor quién es el chileno. En Turín, Arturo se convirtió en uno de los centrocampistas más dominantes de toda Europa. Su físico absolutamente monstruoso le permitía ser más de un jugador a la vez. En el porte atlético pero liviano de Vidal se esconde una fuerza impresionante además de una capacidad de resistencia sin parangón. Pero a esto añade una capacidad de salto especialmente asombrosa y una elasticidad que le convierten en un jugador que continuamente mete la pierna, pues combina instinto y elasticidad. Pero Arturo es un jugador que, con los años, ha ido ganando una inteligencia y un saber estar espectaculares. Entrenado por nombres tan importantes y diferentes como Sampaoli, Bielsa, Guardiola, Conte o Allegri, Vidal ha añadido matices y registros a un juego de por sí salvaje. Con balón, el chileno es un jugador notable. Muy buen disparo, gran sentido del juego y sobre todo una gran capacidad para hacer jugar al equipo desde el golpeo en largo. En espacios reducidos, de espaldas, sufre y se le ven las costuras. Siempre se ha manejado mejor viendo el juego de cara, pudiendo llegar al área. Porque tenerlo allí no solo es un aliciente de cara al gol sino que es una garantía a la hora de presionar. Vidal es un monstruo ahí. En esencia, es un interior de recorrido, un futbolista más relacionado con el último pase que con el primero, aunque haya hecho ambas y con Guardiola fuese un jugador que, desde muy atrás, ayudase a aplastar al rival en su área.


“¿Vidal?” Esta fue la pregunta que hizo Guardiola a Matthias Sammer en el verano de 2015 cuando, el vigente campeón de América, aterrizó en Múnich. Guardiola era escéptico con el futbolista chileno, pues en un juego de posición la anarquía y el excesivo ímpetu de Vidal eran elementos más entorpecedores que atractivos. Poco después, el mismo Pep confesó que “Arturo es impresionante”, asombrado ante la ductilidad y el coraje del chileno. “Cuanto más le exiges, más te va a dar. Se mueve en los retos y le gusta la presión”, decía Reschke, en aquel momento en la secretaría técnica del gigante bávaro. En 2013, Vidal no se escondió: “Soy el mejor centrocampista del mundo”. La bravura de Arturo le han llevado de Cometierra a Rey.


Antes de jugar la final de la Copa América del Centenario, en 2016, Vidal tuvo un accidente de tráfico. Estaba borracho. Fue un escándalo enorme, pues era el mejor jugador de la selección y la final estaba a la vuelta de la esquina. Reschke, siempre ávido, ya lo dijo: “No me gustaría que Vidal se casara con mi hija, a veces hace cosas absurdas, pero dentro del campo es otro”. Sampaoli jamás dudó. El equipo cerró filas y, pocos días después, Chile salía campeona. Vidal, elegido mejor futbolista de aquella final ganada en los penaltis. Corrió más de 15 kilómetros y, tras el pitido final, daba la sensación de haber estado levitando. Arturo va a la guerra con una sonrisa burlona porque se siente superior. En aquellos días nada importó. Salvo ganar.


La mirada de Vidal es la del fin del mundo. La de quién ha trascendido y lo sabe. A vidal le persigue una obsesión patológica: ganar la Champions League. Estuvo muy cerca con la Juve, claudicando en Berlín ante la MSN y en 2016 fue la fe del Cholo la que lo tumbó. En las dos temporadas venideras fue el Real Madrid de Zidane quién le aupó de la competición. Arturo, obsesionado, recaló en el FC Barcelona. Aunque el club se deshaga, Messi siempre será la mayor de las certezas. Y Vidal, que lo venció en 2015 y 2016 en la final de la Copa América, lo sabe. Pero Liverpool, Anfield, Klopp, el You’ll Never Walk Alone, los demonios del Barça y sus fantasmas, algo más grande que el chileno, lo apartaron de una final que lleva persiguiendo toda su vida. La fe de Vidal no basta para la Copa de Europa, pero sí para cualquier otra cosa en este planeta. Yo, como dijo Pep, me iría a la Guerra con Vidal aún sin munición.


Todo en Arturo Vidal es premonitorio. Su cresta apache, sus tatuajes que invocan a una mara salvadoreña, su porte agresivo, su sonrisa truhanesca y ese morder el césped cada vez que el balón pasa por delante suyo. Vidal te anticipa lo que va a suceder. En movimiento constante, sin parar nunca de moverse, su fútbol es invasivo, hipnótico por su naturaleza salvaje. Era el minuto ochenta y pico de la ida de las semifinales de 2019 en el Camp Nou. El Liverpool de Klopp acosaba al Barça, que se resistía como un niño indefenso. Yo, sentado cerca de la portería de Ter Stegen, con las manos rojas de tanto apretar los puños, sufría bajo el manto silencioso del Camp Nou. Arturo Vidal se estiró de forma terriblemente ágil, como si los huesos fuesen algo blando, y con la punta de su bota privó a Sadio Mané de un gol que, en aquel momento, parecía esencial. El Camp Nou, acostumbrado a aplaudir toques, giros, regates y cadenas de pase eternas, gruñó de júbilo ante aquella intervención prodigiosa. Vidal se levantó como si nada, rápido y listo para la siguiente acometida. En su mirada se dibujaba de forma imperceptible la Copa de Europa. Solo imperceptible.


Ver jugar a Arturo Vidal es acercarte al fin del mundo.

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