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El diagnóstico de Zidane


Zinedine Zidane es experto en recordar a sus jugadores lo buenos que son. Pese a que este Real Madrid tenga problemas estructurales muy palmarios, como la falta de desborde y sobre todo gol, en los valles de rendimiento colectivo más pronunciados, el técnico francés tiene el don de hacer que las luces pesen más que las sombras. Tras las preocupantes sensaciones que había dejado el Madrid ante el Cádiz y el Shakthar, dos equipos libra por libra muy inferiores a los blancos, lo fácil era augurar que en el clásico iba a suceder algo parecido. Sin embargo, no fue así. ‘Zizou’, que conoce a su grupo como nadie, una vez más devolvió la memoria a un equipo que parecía que la había perdido.

El nivel futbolístico del clásico fue en consonancia con la línea descendiente de los últimos. En ningún momento, ni Barça ni Madrid, se apoderaron del control total del encuentro y el número de errores no forzados fue más que reseñable. Dicho esto, si alguien estuvo más cerca de acariciar un supuesto dominio, ese fue el equipo visitante. Tanto con balón como sin él, sin tampoco rayar un nivel sobresaliente, los de Zidane estuvieron en líneas generales mejor plantados que su rival.

Sin balón, Zidane fue más conservador que Koeman. Salvo en los reinicios, donde sí presionaba alto, el Madrid se situó en un bloque medio muy condicionado por la colocación de las piezas culés. La intención táctica azulgrana, con la reaparición de Jordi Alba en el once, consistió básicamente en darle a Messi un contexto propicio para ejecutar su clásico pase curvado al lateral de l’Hospitalet. El doble pivote del Barça basculaba mucho a la izquierda (como viene siendo habitual) empujando a Jordi en profundidad y regalándole a Messi un escalón en el centro del campo. Los tres medios del Madrid, con ese panorama, tenían la misión de vigilar, no individualmente pero sí prestando mucha atención, a ‘los tres’ del Barça, y evitar así que el pase de Messi pudiera darse con frecuencia. Marco Asensio, para ello, fue la pieza ‘extra’ que controló las carreras de Alba e hizo que Valverde, el jugador que tenía que estirar al Madrid en ataque, no perdiera altura.

El caso es que, pese a la adaptación del Madrid, el Barça gozó de eslabones suficientes para hacer progresar la jugada con cierta fluidez y, lo más importante, situar a Messi con ventaja en la frontal del área. Messi como lanzador, Coutinho como elemento sorpresivo y Jordi Alba como profundizador fueron las tres alturas que le bastaron al Barça para dañar el sistema defensivo madridista. El empate de Ansu Fati, que jugó de delantero centro con el claro papel de sujetar a los centrales y atacar la profundidad, no hizo más que refrendar que al Madrid la manta no le cubría todo el cuerpo. Si Messi recibía en situación de ‘alley-oop’, o tapaba la profundidad (Alba) o tapaba el juego entre líneas (Coutinho), pero no podía con ambas. La doble amenaza era tal que Nacho y Asensio dudaban a por quién ir y eso permitió que el Barça pudiera llegar, por lo menos, al último tercio con asiduidad. Courtois, Casemiro y la incapacidad del doble pivote culé para llegar a tiempo a la pérdida hicieron que el Madrid saliera aparentemente entero del envite.


Disposición del Barça con las tres alturas que le permitían progresar: Messi, Coutinho y Alba

El partido con balón del Madrid se explica a partir de la elección de sus interiores. Zidane dispuso un centro del campo en el que Toni Kroos, lateralizado en izquierda o entre centrales, le otorgaba el control y Fede Valverde, como centrocampista más adelantado e incluso segundo delantero, la profundidad. La distancia que separaba a ambos solía ser importante, así que Casemiro, casi todo el tiempo por delante del balón, fue el encargado de compensar las ubicaciones del alfa y el omega del conjunto blanco. De esta manera, el Madrid estableció en su flexible triángulo de izquierda, conformado por Mendy y Vinicius repartiéndose la amplitud y las zonas interiores, y un hombre extra que solía ser Kroos, el lado de seguridad desde el cual construir el ataque. Desde ahí, el Madrid saltaba la desacompasada presión culé y en consecuencia posibilitaba atacar la debilidad más notoria del Barça: el intervalo entre Piqué y Lenglet. Los desmarques verticales de Kroos y Fede, Benzema flotando entre líneas y la notable presión tras pérdida acabaron de dar forma al ligero dominio blanco antes del entretiempo.


Kroos en la base y Valverde entre líneas fueron el inicio y el fin del ataque blanco

Con el 1-2, cuyo impacto emocional no puede negarse por la tardía decisión del VAR y porque quizás el Barça (o mejor dicho, Messi) estaba en su mejor momento del encuentro, el Madrid lo fio todo a defender a una altura bastante inferior a cambio de poder aprovechar los espacios a la contra. Marco Asensio, ahora sí, formó línea de cinco y el Real Madrid, muy junto y con permanentes ayudas, sumó acciones defensivas del nivel que acredita la calidad de sus defensores. Además, la dirección de campo de Koeman se hizo de rogar. Y justo cuando el técnico holandés intervino, el Madrid volvió a reaccionar. El Barça terminó el encuentro sin centro del campo (Coutinho-De Jong de ‘doble pivote’) y con muchos atacantes, lo cual el Madrid, aprovechó, con mucha eficacia, para defender hacia arriba y adjudicarse definitivamente el partido.

Si algo se puede sacar en claro del encuentro, es que con el Madrid, especialmente desde que Zidane es su entrenador, no debe existir tanto extremismo. Tan cierto es que del día a la noche no se construye un equipo (tómase como ejemplo lo de Koeman y el Barça), como que de la noche al día no se derrumban los mismos. No hay equipo que ejemplifique esto mejor que el Madrid, ni entrenador que Zidane. El francés, en tanto que es el único que vive el día a día con sus jugadores, es realmente quien conoce de primera mano el diagnóstico más preciso sobre el estado del colectivo. Al final, lo que hizo ayer fue tirar de lógica. Valverde hizo de Valverde, Casemiro de Casemiro y Kroos de Kroos; es decir, en el momento más delicado de la temporada, puso a cada uno a hacer lo que mejor se le da. Y si encima a eso les sumas a Karim Benzema, a quién nadie hace falta que le recuerde lo bueno que es, pues todo parece que vuelva a tener sentido.

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