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El milagro griego


La Grecia de Otto Rehaggel ganó la Eurocopa de 2004 contra todo pronóstico / Marca.com

“Los milagros ocurren cada 30 años. Si ocurrieran cada 14 días, no serían milagros”. Estas fueron las palabras que pronunció Otto Rehhagel después de que la selección de Grecia quedara eliminada en la fase de grupos de la Eurocopa de 2008. Y es que lo que consiguió el combinado heleno cuatro años antes, con el propio Rehhagel, es uno de esos hechos que suceden una vez cada mucho tiempo. Un milagro con todas las letras. La Eurocopa de 2004 será siempre recordada como una de las que tuvo uno de los campeones más sorprendentes de la historia.


La República Checa del mítico Panenka del 76 o la Dinamarca del 92 son otros dos ejemplos de selecciones que no entraban en las quinielas para lograr el título. Pero la sorpresa que dio la Grecia de Otto Rehhagel en 2004 fue todavía mayor. El país heleno llegaba a Portugal después de no participar en una fase final de un campeonato desde el Mundial de 1994 en Estados Unidos. Durante la fase de clasificación, el técnico alemán consiguió construir un grupo muy compacto, sin grandes estrellas ni futbolistas destacados, y con un fútbol muy simple basado principalmente en el orden defensivo. No obstante, después de aquel campeonato, los nombres de Nikopolidis, Seitaridis, Karagounis, Zagorakis o Charisteas, serán recordados para siempre.

Grecia estaba en el grupo de la anfitriona, Portugal, de España y de Rusia. Una victoria en el primer partido frente a los lusos, un empate contra los españoles y una derrota ante los rusos permitieron al conjunto de Rehhagel avanzar a cuartos de final con 4 puntos. A pesar del sorprendente triunfo en el encuentro inaugural contra uno de los máximos candidatos, nada hacía presagiar el desenlace de la competición para los helenos. En la siguiente ronda se enfrentaron a una Francia que venía de ganar el Mundial de 1998 y la Eurocopa del 2000, pero ya no era lo que había sido. Era un equipo en clara remodelación y a caballo entre esa selección bicampeona y la que luego sería finalista en 2006. El partido transcurrió como se esperaba, con la posesión claramente a favor de los galos y Grecia a la espera de su ocasión para llevarse el triunfo. Esa ocasión llegó en el minuto 65 de la mano de Zagorakis que puso un centro medido a la cabeza de Charisteas, que anotó el 1-0 con el que se llegaría al final del encuentro. Contra todo pronóstico, estaban en semifinales.


Allí esperaba República Checa, liderada por el gran Pavel Nevded, que era la única selección que había conseguido pleno de victorias en la fase de grupos. Y en los cuartos no fue menos. Arrasó a Dinamarca por 3-0 y se postulaba como una de las candidatas al título, más si cabe tras quedar encuadrada en semifinales con, a priori, una selección inferior. Pero se repitió la historia. Los checos desplegaron un fútbol de ataque que deslumbró durante todo el campeonato, pero el cerrojo estructurado por Rehhagel consiguió anular a los Nedved, Baros, Koller, Rosicky, Jankulovski y compañía. Con el ya recurrente resultado de 1-0, Grecia se plantaba en la final de la Eurocopa.


Y tocaba Portugal. La anfitriona. El Estádio da Luz de Lisboa, lleno a rebosar con 62.865 espectadores. Todo apuntaba a un triunfo de una selección lusa con Luis Figo como principal estrella y capitán, un Deco recién campeón de Champions con el Porto de José Mourinho, y un jovencísimo Cristiano Ronaldo que ya daba muestras de la bestia futbolística en la que se convertiría después. Pero los milagros existen. Como dijo Rehhagel, ocurren una vez cada 30 años, pero existen.


La final es una fiel radiografía de lo que era aquella selección del técnico alemán. Un tiro a puerta en todo el partido. Un solo disparo entre los tres palos realizó Grecia durante los 90 minutos de encuentro. Bastó con ese cabezazo, otra vez, de Angelos Charisteas a la salida de un córner para llevar a su país a lo más alto del fútbol europeo. Ese remate quedará para siempre en las retinas de los aficionados al fútbol. Un 58% de posesión, 16 disparos y 10 saques de esquina no sirvieron de nada a la selección liderada por Luiz Felipe Scolari, que jugaba su segunda final consecutiva tras ganar el Mundial de 2002 con Brasil.


Una prueba evidente de que lo conseguido por la selección helena fue todo un milagro, es que dos años después ni siquiera llegaron a participar en el Mundial de Alemania porque no lograron pasar la fase de clasificación. Pero ya daba igual. Nadie podía recriminar nada a esos jugadores o a Otto Rehhagel, gran artífice de esa gesta. Sin duda, uno de los momentos más recordados en la historia del fútbol. Una pequeña esperanza para todos los ‘Davids’ que luchan contra ‘Goliats’.

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